Milo Milón y la ruta de las hormigas

Era una luminosa mañana de abril y Milo estaba paseando tranquilamente por el bosque, admirando los colores tan vivos que la primavera había traído con ella. Flores rosas, naranjas e incluso azules; insectos zumbando con alegría por todas las plantas y una agradable brisa.

Era una luminosa mañana de abril y Milo estaba paseando tranquilamente por el bosque, admirando los colores tan vivos que la primavera había traído con ella. Flores rosas, naranjas e incluso azules; insectos zumbando con alegría por todas las plantas y una agradable brisa.

Milo iba por uno de los caminos principales del bosque cuando se dio cuenta de algo raro. Justo debajo de una bonita flor lila, comenzaba una línea negra que avanzaba por el suelo y no parecía tener final. ¿Qué podía ser? ¿Una serpiente? ¿Las huellas de algún animal que no conocía?

Con mucha curiosidad, Milo se acercó a ver qué ocurría. ¡Eran hormigas! Una interminable fila de hormigas negras que avanzaba con sigilo entre plantas y piedras. Parecían muy concentradas, y no quería molestarlas, pero no pudo evitar preguntar.


Buenos días, ¿qué estáis haciendo?
Estamos de excursión en busca de alimento para llevar a casa. Vamos todas siguiendo a una compañera que ha visto algo rico y entre todas lo vamos a llevar a nuestro hormiguero - le respondió una de las hormigas sin parar de caminar.

Milo observó la fila y se dio cuenta de que, tal y como le había dicho la hormiga, la primera se estaba acercando a un fruto dulce que había caído de un arbusto. No era demasiado grande, pero tampoco era lo suficientemente pequeño como para que una minúscula hormiguita lo moviera.


¿Queréis que os ayude? - se ofreció Milo -. Parece bastante grande y pesado. 
¡No te preocupes! Nosotras somos expertas en transportar cosas. Además, eres muy grande como para caber dentro de nuestro hormiguero - le dijo la hormiga -. Pero muchas gracias, eres muy amable.

La hormiga llevaba razón, así que Milo detuvo por un momento su paseo para contemplar cómo lo hacían, pero no les dijo nada porque no quería desconcentrarlas. A medida que llegaron al fruto se colocaron a su alrededor, hasta que finalmente lo levantaron y empezaron a moverlo. Impresionado, se quedó un rato observando cómo se alejaban con él como si fuera flotando por el suelo.

Ese día, Milo volvió a casa muy contento pensando en la importancia que tenía el trabajo en equipo.
 

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