Melamil®
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Aquella noche Milo no tenía sueño. Había estado todo el día lloviendo y no había podido dar su paseo diario, así que no estaba cansado. Y lo mismo les pasaba a los demás animales del bosque. Su vecino el mono no había podido trepar árboles con sus amigos, ni las abejas habían podido ir a buscar flores. Tampoco los pájaros habían podido ir a vigilar desde el cielo, ni los lagartos habían podido jugar al escondite en las piedras.
Aquella noche Milo no tenía sueño. Había estado todo el día lloviendo y no había podido dar su paseo diario, así que no estaba cansado. Y lo mismo les pasaba a los demás animales del bosque. Su vecino el mono no había podido trepar árboles con sus amigos, ni las abejas habían podido ir a buscar flores. Tampoco los pájaros habían podido ir a vigilar desde el cielo, ni los lagartos habían podido jugar al escondite en las piedras.
Todos estaban intentando dormir, pero ninguno podía.
Como el eucalipto de Milo era uno de los árboles más altos del bosque, y él dormía en la copa más alta, unas estrellas que guardaban la noche se enteraron de lo que les decía a los demás animales.
Como Milo le dijo que sí, todas ellas se pusieron de acuerdo y se aclararon la voz rápidamente. Al cabo de poco tiempo, un grupo de estrellas de pronto empezó a brillar con más fuerza, y entre todas entonaron una bonita nana que sonaba como un coro profesional.
Cuando terminó la canción, en el bosque no se escuchaba ni a los grillos, pues también se habían quedado dormidos. La idea de las estrellas había funcionado de maravilla y todos los animales estaban ya descansando y recuperando fuerzas para el día siguiente.
Aquella noche, todos aprendieron una valiosa lección: siempre que se pueda, hay que ayudar a los demás.