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Milo conoce a un ciervo al que no le gusta el otoño y le enseña lo divertido que puede ser saltar en charcos y jugar con hojas. Juntos descubren una nueva amistad.
Era una tarde tranquila en el bosque de Milo. Los árboles se habían teñido de naranja y, cuando los sacudía el viento, provocaban una suave lluvia de hojas secas. El otoño había llegado al bosque y los animales habían salido a pasear.
Milo llevaba su cesta llena de frutos y hojas con formas divertidas para decorar su casa del árbol. Por el camino iba saludando alegremente a sus amigos, que también llevaban cestas y jugaban a encontrar la hoja más bonita. Todos estaban pasándolo genial. Todos menos un pequeño ciervo que miraba a los demás disgustado. Cuando pasó por su lado, Milo se dio cuenta.
- ¡Hola! Soy Milo, vengo paseando por este camino y he visto que no te mueves de aquí, ¿qué te pasa?
- Nada, solo que no me gusta el otoño. Las hojas secas cubren toda la hierba y no me la puedo comer, y todo está lleno de charcos y caracoles que tengo que esquivar -dijo el ciervo un poco enfadado-. Me gusta mucho más la primavera.
- Pero el otoño también tiene sus cosas buenas – dijo Milo rápidamente -. ¡Ven conmigo! Te enseñaré lo que hago yo para divertirme.
El ciervo, que no tenía nada mejor que hacer, lo siguió hasta un gran charco.
- ¡Salta! Ya verás que divertidos pueden llegar a ser los charcos - gritó Milo mientras se metía de lleno y lo salpicaba todo.
El ciervo lo siguió y empezó a dar vueltas riendo mientras casi vaciaban el agua del charco entre los dos.
- ¡Tienes razón! Esto es muy divertido, ¿qué más se puede hacer? - preguntó el ciervo que, como por arte de magia, ahora estaba muy entusiasmado.
- Podemos ir a jugar con las hojas secas. ¡Allí hay un buen montón!
Milo fue a los pies de un gran roble y lanzó algunas hojas al aire mientras saltaba sobre las otras. El ciervo, al pisar las más secas, descubrió el crujido tan divertido que hacían. Se unió a Milo, que saltaba y lanzaba colores naranjas al aire, y juntos pasaron la tarde entre charcos y árboles.
- Gracias Milo, me has enseñado lo divertido que es el otoño - dijo el ciervo cansado de tanto saltar-. Si alguna vez quieres que paseemos juntos puedes venir a buscarme a los árboles bajos cerca del lago.
- ¡Claro! Buscaremos flores y frutos la próxima vez - prometió Milo feliz de haber hecho un amigo nuevo.
Los dos se fueron a descansar después de tanto jugar. Esa tarde aprendieron que las cosas son más divertidas si juegas contando con todos.