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Había una vez un pequeño ratón llamado Timo que vivía en un rincón acogedor de la cocina de la abuela Lila. Timo era curioso, amable y muy valiente para su tamaño...
Había una vez un pequeño ratón llamado Timo que vivía en un rincón acogedor de la cocina de la abuela Lila. Timo era curioso, amable y muy valiente para su tamaño. Pero había algo que deseaba más que nada: ver la gran montaña de queso que, según contaban los cuentos de su abuelo, estaba más allá del jardín, al otro lado del campo.
Es tan grande decía el abuelo, que desde arriba puedes ver las estrellas mientras hueles a queso curado.
Una noche, bajo la luz plateada de la luna, Timo decidió empezar su viaje. Caminó por la hierba alta, cruzó un charquito sobre una hoja y saludó a una luciérnaga que le iluminó el camino.
Cuando llegó a la colina del otro lado del campo… ¡allí estaba! Una montaña entera de queso amarillo, con agujeritos y olor delicioso.
Pero había un problema. La montaña estaba rodeada de erizos dormilones que no dejaban pasar a nadie.
Timo, sin querer molestarlos, tuvo una idea. Reunió pétalos suaves del campo, hizo camitas alrededor y les susurró nanas para que durmieran aún más profundo.
Así, caminando muy despacito, trepó hasta lo alto de la montaña de queso. Desde allí, miró el cielo y vio brillar las estrellas, tal como decía el abuelo. Dio un pequeño mordisco al queso, sonrió feliz y susurró:
Misión cumplida.
Y bajó rodando muy suave por la montaña, con su barriguita llena y el corazón contento.
Desde ese día, todas las noches sueña con aventuras de queso… mientras duerme arropado bajo la tetera de la abuela Lila.