Melamil®
Complemento alimenticio a base de melatonina al 99% que ayuda a conciliar el sueño
En un valle rodeado de montañas altas y cubiertas de niebla, vivía un pequeño dragón llamado Rufus. Tenía escamas doradas que brillaban con el sol, alas fuertes para volar alto y una cola que se movía de un lado a otro como un látigo. Pero había algo que lo hacía especial: Rufus nunca rugía.
En un valle rodeado de montañas altas y cubiertas de niebla, vivía un pequeño dragón llamado Rufus. Rufus era diferente a los demás dragones. Tenía escamas doradas que brillaban con el sol, alas fuertes para volar alto y una cola que se movía de un lado a otro como un látigo. Pero había algo que lo hacía especial: Rufus nunca rugía.
Mientras otros dragones rugían fuerte para mostrar su fuerza o para asustar a los intrusos, Rufus permanecía en silencio. ¿Por qué? Porque Rufus tenía miedo de su propio rugido. Temía que fuera demasiado fuerte, demasiado aterrador, o, peor aún, que sonara ridículo y todos se rieran de él.
Los dragones mayores siempre decían:
—Un dragón sin rugido no es un dragón completo.
Eso hacía que Rufus se sintiera triste. Se escondía detrás de las rocas mientras los demás dragones practicaban sus rugidos en la llanura. Su mejor amiga, Luna, una pequeña ardilla que vivía en un árbol cercano, trataba de animarlo.
—Rufus, no importa cómo suene tu rugido. Es parte de ti, y eso lo hace especial.
—No lo entiendes, Luna. Si no es perfecto, todos se burlarán —respondió Rufus cabizbajo.
Una tarde, mientras Rufus y Luna jugaban cerca del río, escucharon un ruido fuerte. ¡RUMBLE! Era el sonido de un oso gigante que vivía en las montañas. El oso, hambriento y gruñendo, bajaba al valle en busca de comida. Los dragones mayores no estaban cerca, y los animales pequeños del valle comenzaron a correr y esconderse.
Luna se acurrucó detrás de Rufus y le susurró:
—¡Rufus, tienes que hacer algo! ¡Eres el único que puede ahuyentarlo!
—¡Pero no sé rugir! —respondió Rufus, temblando.
—No importa cómo suene. ¡Inténtalo, por favor! —dijo Luna con ojos llenos de esperanza.
Rufus respiró hondo, sintió su corazón latiendo rápido y miró al gran oso que se acercaba lentamente. Pensó en sus amigos, en su valle, en Luna, que confiaba en él.
Abrió su boca y dejó salir el rugido más fuerte que pudo.
—¡¡ROOOOOAAAARRR!!
El sonido retumbó en todo el valle. Era profundo, poderoso y lleno de confianza. Los árboles se sacudieron, el agua del río tembló, y el gran oso, sorprendido y asustado, dio media vuelta y corrió de regreso a las montañas.
Todos los animales salieron de sus escondites, aplaudiendo y vitoreando a Rufus. Los dragones mayores, que habían oído el rugido desde lejos, llegaron volando y lo felicitaron.
—¡Ese fue un rugido digno de un verdadero dragón! —dijeron con orgullo.
Rufus no podía creerlo. Luna saltó sobre su cabeza y le dijo:
—¡Sabía que podías hacerlo! ¿Ves? No importa cómo suene tu rugido. Lo importante es que lo usaste cuando más se necesitaba.
Desde entonces, Rufus dejó de tener miedo de rugir. No rugía todo el tiempo, pero cuando lo hacía, lo hacía con orgullo, sabiendo que su voz era única y especial.
Esa noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, Rufus y Luna miraron las montañas en silencio. Rufus sonrió y dijo:
—Nunca más tendré miedo de mostrar quién soy.
Y así, Rufus enseñó a todos que lo importante no es ser perfecto, sino ser valiente y auténtico.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.