El conejito que no quería dormir

Timo, un conejito que no quería dormir, descubre que el descanso es necesario para disfrutar de nuevas aventuras y soñar con mundos mágicos.

En un rincón tranquilo del bosque, vivía un conejito llamado Timo. Tenía las orejas suaves, el pelo blanco como la nieve y una energía que parecía no agotarse nunca.

Cada noche, cuando el sol se escondía y las estrellas salían a saludar, mamá coneja preparaba todo para ir a dormir: cuentos, abrazos, pijamas y una canción de cuna. Todos los conejitos se metían en sus camas de hojas… todos, menos Timo.

—¡Yo no quiero dormir! —decía sacudiendo la cabeza—. ¡Todavía tengo ganas de jugar!

—Pero Timo —le decía mamá coneja con ternura—, si no duermes, mañana estarás cansado, y te perderás todas las aventuras.
Timo no escuchaba. Saltaba, rodaba por la madriguera, inventaba juegos, hacía ruidos y pedía agua una y otra vez.

—Dormir es aburrido —murmuraba mientras construía una torre de ramitas.

Esa noche, decidió quedarse despierto toda la noche. Quería demostrar que no necesitaba dormir como los demás. Pero poco a poco, sus ojitos se hacían más pequeños, sus orejas caían hacia los lados… y su torre de ramitas se vino abajo cuando se quedó dormido sentado.

Al día siguiente, mientras sus hermanos jugaban en la colina, Timo apenas podía dar un salto. Se tropezaba con las piedras, bostezaba sin parar y no tenía ganas ni de buscar zanahorias.

—¿Te pasa algo, Timo? —le preguntó mamá coneja.

—Creo que… tengo mucho sueño —dijo con voz bajita.

Esa noche, por primera vez, Timo fue el primero en ponerse el pijama. Se metió en su camita, abrazó su peluche de musgo y pidió, con una sonrisa:

—¿Me cuentas el cuento de los conejitos viajeros?

Mamá coneja le acarició la frente y, mientras le contaba la historia, Timo ya soñaba con nubes de algodón, saltos infinitos y bosques mágicos.
 

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