El duende Bruno y las noches de otoño

Bruno, un pequeño duende del bosque, descubre que el otoño esconde noches mágicas llenas de historias, colores y nuevas aventuras que iluminan su corazón.

En lo más profundo del bosque Susurro, vivía Bruno, un pequeño duende de gorro de bellota y abrigo de corteza. Le encantaba correr entre flores, jugar con las mariposas y contar estrellas al anochecer.

Pero el verano se había ido. El sol se escondía más pronto, las hojas caían al suelo como lluvia de colores, y el aire olía a tierra mojada. Bruno se sentía un poco triste.

—¿Y ahora qué haré? —susurró una tarde, mirando cómo el bosque se cubría de tonos dorados—. Sin flores, sin calor, sin juegos… ¿el otoño será solo silencio?

Esa noche, justo cuando apagó su lamparita de luciérnaga y se tumbó en su camita de musgo, algo inesperado ocurrió. Una hoja crujiente y brillante se coló por la rendija de la ventana y aterrizó suave sobre su almohada.

Bruno la miró con curiosidad, la acarició con un dedo... y en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un lugar completamente distinto.

El bosque estaba iluminado por faroles hechos de calabaza, los árboles susurraban cuentos antiguos, y los animales se reunían alrededor de una hoguera compartiendo sopas calientes y canciones de castañas.

Una voz tranquila le habló desde lo alto de un roble:

—Cada noche de otoño es diferente, Bruno. Si escuchas con atención, el bosque siempre tiene algo que contarte.

Desde entonces, Bruno espera la noche con ilusión. Cada hoja que entra por su ventana lo lleva a un nuevo sueño: una carrera entre erizos, un baile bajo la lluvia, una tarde de historias con las ardillas del norte.

Ya no teme al otoño. Porque aprendió que no hay estación triste si sabes mirar con ojos curiosos y oídos atentos.

Y así, cada vez que alguien dice que el otoño es gris, Bruno sonríe, se arropa con sus hojas favoritas, y piensa:

—Las noches de otoño están llenas de magia. Solo hay que aprender a escucharlas.

 

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